La masculinidad y el gaucho

By D.R. Gayton

El tema de la civilización y de la barbarie ha sido uno de los temas más recurrentes dentro de la narrativa de las naciones latinoamericanas.  Desde la colonización hasta el presente este tema que contrapone lo europeo, y lo cristiano con lo indígena, o africano ha sido debatido de distintas perspectivas y con distintos propósitos.EstebanEcheverria En Argentina, como dice el profesor J. Ramiro Podetti de la Universidad de Montevideo, esta contraposición no solamente se instala decisivamente atreves de la publicación de Facundo, o civilización y barbarie en las pampas argentinas en 1845, sino que se modifica hasta al punto en el cual “la representación fundamental de la ‘barbarie’ son los gauchos y los caudillos” mientras que los indígenas son relegados a la invisibilidad (Podetti 92).  Esta misma reconfiguración de la civilización y la barbarie, sin embargo, se puede ver ya presente en obras más tempranas como en “El matadero” de Esteban Echeverría. Dentro de este cuento corto escrito en la década de 1830, al igual que en la obra de Domingo Sarmiento, se puede ver como la barbarie se encuentra relacionada no precisamente con la población indígena o africana (aunque no se excluyan) sino con los llamados “federales,” apoyadores del dictador Juan Manuel de Rosas que en gran parte fueron gauchos y caudillos de la periferia urbana (Becco 98). 

Una de las implicaciones de esta reconfiguración, y repolitización del termino fue entonces el reforzamiento de la dicotomía no solo entre gentes sino más precisamente entre tipo de hombres o, mejor dicho, masculinidades.Jorge_Luis_Borges_1951,_by_Grete_Stern De esta forma, los términos caudillo y gaucho se ven mezclándose por asociación en el interior de la geografía argentina mientras que los hombres de la ciudad se mesclan con los unitarios—eurocéntricos urbanistas. Esta fuerte imagen de dos tipos de hombres, o masculinidades, es un tema que perdura en la literatura argentina y se presenta poderosamente de nuevo en el siglo XX dentro del cuento corto titulado “El Sur” por Jorge Luis Borges. Aquí al igual que el cuento por Echeverría, Borges yuxtapone la barbarie y la civilización a través de una confrontación entre dos tipos de hombres, dos masculinidades, el gaucho del campo y el hombre de ciudad. Unidos de esta forma, lo que ambos cuentos sugieren es que esta dicotomía entre civilización y barbarie, el hombre de la cuidad y el gaucho, es un eje central dentro de la conceptualización de la masculinidad argentina. 

Para Martin Sorbille, que ha escrito extensamente sobre “El matadero” a través de un lente psicoanalítico lacanio (de Jacques Lacan), el hilo que conecta la trama del cuento es el deseo del dictador Rosas que como el deseo de Dios se manifiesta a través de su misma ausencia dentro del cuento.Juan_Manuel_de_Rosas-1Es decir, para Sorbille, la ausencia de Juan Manuel de Rosas dentro del “El matador” permite que su mirada, su presencia y específicamente su deseo se manifiesten a través de todos los personajes dentro del matador (Sorbille 96-97).  Si se acepta esta proposición que también depende de la asociación del caudillo, Rosas, con el gaucho, el conflicto decisivo del cuento entre el joven unitario y la gente del matadero se puede claramente entender como el conflicto, o la oposición entre dos tipos de hombres, do tipos de masculinidades: la masculinidad de Rosas y el gaucho por un lado y la masculinidad del unitario, o hombre de cuidad. Dentro del cuento, esta asociación de términos entre caudillo y gaucho es notable en la manera en la cual Echeverría los combina dentro de los personajes que actúan como líderes del matadero. Entro estos personajes las figuras más destacables son los carniceros, y Matasiete.  

Al describirnos el matadero, Echeverría dice, “La figura más prominente de cada grupo era el carnicero con el cuchillo en mano, brazo y pecho desnudos, cabello largo y revuelto, camisa y chiripá y rostro embadurnado de sangre” (Echeverrí 38). Esto implica un par de cosas. En primer lugar, al crear agrupaciones y crear una jerarquía dentro de estas, Echeverría está recreando la relación entre caudillo y gaucho en la relación de entre el carnicero y los jóvenes y achuradoras que se ven dentro del matador. Esta recreación de roles se puede ver en la manera en la cual los carniceros no solamente ordenan e insultan a las achuradoras sino en la manera en la cual éstos, al igual, que Rosas también reparten migas de sebo y viseras dentro del matadero. De mas, La imagen que esta descripción invoca es la imagen de un hombre que más que estar siendo híper-masculinizado, está siendo animalizado. Es decir, al describir el rostro de los carniceros como embadurnados de sangre, Echeverría está ofreciendo al lector una imagen de un animal salvaje, un animal como las aves rapases que circularan el matadero o los perros que se pelean entre sí por migas de sebo. De hecho, esta asociación entre estos animales y los carniceros se extiende y los conecta fuertemente con las achuradoras y los muchachos que, con cuchillo en mano, aparecen empapados del lodo y la sangre. 

Similarmente, al presentarnos al personaje de Matasiete como un “hombre de pocas palabras y de mucha acción” (41) Echeverría nos está presentado con la imagen de un hombre que más que hombre parece moverse con los instintos de los animales, pues como los animales este es un ser que parece carecer de voz y por lo tanto racionamiento. Añadiendo que “[t]ratándose de violencia, de agilidad, de destreza en el hacha, el cuchillo o el caballo” Matasiete “no hablaba y obraba” (41), Echeverría está haciendo una alusión a su muy posible descendencia indígena y a ésta a su vez la asocia con una violencia y la animalidad instintiva.  De esta forma, como si para ser un mayor contraste, cuando la confrontación entre el joven unitario y la gente del matadero es inicialmente presentada esta presentación se da a través del encuentro entre Matasiete y el unitario. 

Al caer tendido bocarriba por causa del golpe que le dio Matasiete con su caballo, Echeverría describe al joven unitario como “[a]tolondrado…[y] lanzando una mirada de fuego sobre aquellos hombres feroces, hacia su caballo que permanecía inmóvil no muy distante a buscar en sus pistolas el desagravio y la venganza” (41). Esta descripción, de la reacción inicial del joven unitario, demuestra a su vez una ferocidad e instinto por la venganza que a su vez roza de animalidad. De hecho, este aspecto animalesco del unitario se ve reflejado en los paralelismos que Echeverría crea entre el joven y el toro. A su vez, Echeverría describe al toro y al joven unitario como fuerzas formidables que están siendo acosadas por la gente del matadero. Repetidamente, a través de las descripciones de la captura del toro y la captura del joven unitario, Echeverría describe las miradas de ambos como flameante, las bocas de ambos como espumando, y sus cuerpos en una tensión muscular desesperada. A contraste de Matasiete, sin embargo, el unitario habla, el unitario tiene palabras y por lo tanto es visto como un animal racional. De hecho, es este aspecto de la representación del joven unitario que lo condena, pues en negarse a callar o asentir a las demandas y preguntas del Juez del matador, le atan un pañuelo en la boca y comienzan su proceso de humillación y tortura. 

Explotando literalmente de rabia antes de ser sodomizado y de esta forma, como al mismo toro, simbólicamente castrado, la masculinidad de este personaje se ve ligada a la virilidad e impresionante fuerza del toro. De esta forma, en “El matador” la masculinidad tanto del hombre de la barbarie como la del hombre civilizado contienen un poderoso elemento bestial.  La diferencia entre los dos es que unos (los gauchos y caudillos) están siendo asociados con los perros hambrientos y las aves rapases del matador, mientras que los otros (como el joven unitario) están siendo representados con la fuerza, virilidad, y majestad de un toro; un animal típicamente asociado solamente con España sino con Europa. 

Similarmente, en “El Sur” Jorge Luis Borges nos presenta con una confrontación entre dos tipos de hombres, o mejor dicho dos masculinidades. En este caso, por un lado, encontramos a Juan Dahlmann, un “[s]ecretario de la biblioteca municipal de Córdoba” que aparte de ser descendiente de argentinos de souche e emigrantes, “se sentía hondamente argentino” (Borges 1).  Por el otro, encontramos a tres hombres de quienes, aunque solo sabemos que parecen ser peones de chacra o campo, podemos entender a través del texto que estos son los descendientes del gaucho tanto por su posición geográfica dentro del cuento, como por su mezcla racial, y proximidad al gaucho que permanece inmóvil dentro la estancia. Aquí, aunque la confrontación entre estos dos tipos de hombres sea menos fuerte que la confrontación vista en “El matadero” la progresión de eventos que conduce a ella es similar. Es decir, al igual que el matadero, la confrontación entre estas dos masculinidades se inicia a través de un insulto. En “El matadero,” como hemos visto Matasiete, insulta al unitario al tumbarlo de su caballo en plena calle mientras que en “El Sur” Juan Dahlmann inconfundiblemente reconoce que ha sido insultado cuando el patrón del almacén lo señala como el blanco de las migas arrojadas por los peones de la mesa vecina.   

Es en este momento cuando el narrador dice, “Dahlmann hizo a un lado al patrón, se enfrentó con los peones y les preguntó qué andaban buscando” (Borges 4).  De esta forma, al igual que el unitario que buscó su desagravio en las pistolas, Dahlmann busca el suyo a través de su acción agresiva (al mover físicamente al patrón al lado), y su pregunta articulada con palabras de pleito. Como si respondiendo a una sucesión inevitable de acciones y reacciones instintivas, uno de los peones se levanta e injuriando a Dahlmann con gritos lo invita a pelear, entonces el gaucho le arroja una daga, Dahlmann la toma, y sin esperanza o temor salen los dos a enfrentarse. Así, como si repitiendo la actitud de Matasiete, que no habla, pero actúa la masculinidad de ambos es presentada como instinto bestial, de agresividad natural. 

Sin embargo, al concluir el narrador el cuento con los pensamientos de Dahlmann que le dicen “que morir en una pelea a cuchillo, a cielo abierto y acometiendo, hubiera sido una liberación para él, una felicidad y una fiesta, en la primera noche del sanatorio, cuando le clavaron la aguja” (Borges 4). el narrador nos lleva a concluir que todo esto ha sido una fantasía.  Esta ambigüedad del desenlace de “El Sur” tiene varias implicaciones para el tema de la masculinidad.  Pues si creemos que Dahlmann a todo imaginado, que esta confrontación entre él y un peón nunca ocurrió entonces, los sucesos descritos deben ser entendidos como los deseos de Dahlmann, es decir como los deseos de un hombre hospitalizado que es descrito como, “encarcelado en un sanatorio y sujeto a metódicas servidumbres.” Si este es el caso y el texto parece indicarlo, entonces la confrontación entre la civilización y la barbarie se reinscribe en el siglo XX, como la confrontación entre la masculinidad de un hombre que, aunque esté protegido por el privilegio de “metódicas servidumbres” es un inútil, y el deseo, anhelo o nostalgia, de este mismo hombre de ser rápido, resuelto, y agresivo como los gauchos del siglo anterior. 

        

Bibliografia

Becco, Jorge H. El gaucho: Documentación – iconografía. Editorial Plus Ultra. Buenos Aires. 1979. Print.

Borges. Jorge L. “El Sur.” Gender and Spanish American Short Story. Berkeley. 2017. 1-4. Print. 

Echeverría. Esteban. “El matadero.” Gender and Spanish American Short Story. Berkeley. 2017. 35-43. Print. 

Podetti, Ramiro. “Civilización, barbarie y frontera en Jorge Luis Borges.”  Humanidades Año VIII-IX. Humanidades. Montevideo. 2008. PDF. 

Sorbille, Martin. “Rosas qua petit Object a: La omnipo-tencia de su voz-superyó y Mirada en “El Matadero de Esteban Echverría.” Chasqui. UFP. 2008. PDF.